jueves, 15 de abril de 2010

Mis tardes, la lluvia y tu imagen

Hace dos días que mis tardes son grises,
es que el manto de nubes se quedó a vivir
sobre la Buenos Aires melancólica.

De repente este otoño tiene aroma a invierno
y mis manos ansían tu rostro dormido,
y la caricia que te envuelve por la espalda
que se transforma en reales ganas de ser tu siesta.
Sí, es tan real sentirte mía
que te tengo aquí junto a mi beso
a un costado del mundo cotidiano
a un costado de lo demás que ya no me importa.

Miro al sillón rendido que tiene de etiqueta tu nombre
y veo el deseo que crece y crece,
tal vez pueda ser que me pone nervioso
latir por ti y no tener de tu piel los laureles.

Ay, cuánto más esperaré por vivir
el milagro de verte, feliz y sonriente
apretando fuerte mis manos desnudas
cuando abrazo tu cintura y lo demás nos es indiferente.
Ya nada quiero, más que ser eternamente
la lluvia que recorre lenta y armoniosa
cada milímetro de tu cuerpo, cada nota de tu música.
Eres el borde de un milagro
y una parte de dios en vida.

Eres bella desde el alma hasta el cielo
si por cielo tomamos la infinidad del cosmos
y retornar desde el confín del universo
sólo para ser tu suspiro en el viento.

Pero no un suspiro ocasional
cuando la nada se mezcla en una idea
sino ser el aire que se hace alma
y renace cada tarde cómplice de la dicha
que esconde ser feliz al verte sonreír.

¡Qué más quiero!

Al final, tomo el control y te miro
esperando que ojala algún día cambie mi suerte
con la facilidad que cambio los canales
sólo para volver a verte.

Pero el problema más importante
no es que simplemente cambio y ya no estás.
Sino es: que aunque haga lo haga,
aunque conjure a los más antiguos ancestros
aunque reúna a las estrellas
y elimine tu lunar de mis anhelos;
ya no puedo evitar esto que es imposible e inevitable,
esto de ser tu fiel
y siempre llevar
tu mágica imagen grabada en mis retinas.

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