jueves, 15 de abril de 2010

Tiempos (Lunes 19/10/2009 1:10 AM)



Él se sentó aquella tarde, en el sillón de pino que descansaba bajo el techo de chapas de la galería que aún da al patio trasero de la casa. Como todas las tardes, luego de un arduo día laboral, reposó su cuerpo y se dedicó a saborear el elixir redentor del tabaco puro en esa vieja pipa de madera marrón y marfil africano. La tomó con su mano derecha, áspera de tanto labrar el campo y arrear el ganado, y la llenó de aquel polvito mágico que guardaba en el cajón antiguo de la repisa del living. Sacó un cerrillo del bolsillo derecho de su bombacha rasgada y sucia por las andanzas de la jornada y encendió el fuego del placer. La primera chispa iluminó el rostro de la señorita que se sentaba con cara angelical y rasgos infantiles y voló hacia el cielo para transformarse en un lucero. Una imagen de infancia idealizada brotaba de cada rincón de la niña no tan niña, de la mujer no tan mujer, de la adolescente con dos corazones. Esbozó un par de palabras, dos o tres oraciones que no llegué a escuchar y que poco a poco fueron transformando el rostro cansado de aquel hombre adulto. El cejo tembló haciendo un esfuerzo sobrehumano para no fruncirse y delatarlo. La barba tupida ocultó los gestos de desagrado y dolor. Sé, por las palpitaciones de su corazón galopante, que sus esquemas machistas de libros de antaño añejan las pautas que la descendencia simplemente viene a romper. Pero vi. Sí, vi en el negro oscuro de sus pupilas, allá en lo más profundo de la noche vuelta luz en la oscuridad, el brillo de un amor inmensamente eterno. El linaje de sangre hace indestructible la unión de dos almas aladas frente a los vientos. Ni tiempo, ni distancias saben de algún punto débil, no pueden vencer y perecen sin gloria para el terror.
Día a día la panza crecía, apenas era un boceto de historia. No había sexo que revelar. Es más, las fajas fueron ocultando los primeros meses. Nuestro amigo no había aprendido a aceptar el destino. Ese destino que muchas veces no nos escucha y hace lo que quiere con nuestra vida; y no hay dios que recoja las plegarias de un futuro ideal. Pero, como escuché en algún paraje del camino, vivir tiene mucho de eso que llamamos incertidumbre y bifurcadas.
Los soles nacían y las noches descansaban mientras la casa tomaba lenta y dulcemente ese color rosa con tintes de amor en pomo. Los muebles comenzaron a cambiar: la cuna rustica hecha por las manos del señor que lentamente envejecía, el moisés que esperaba a su nueva dueña, las manos de mamá que ideaban nombres y futuros, los sueños de papá reflejados en el vientre que insistía en crecer y crecer. Ya no había faja, ni manta que tapara la felicidad de una madre radiante. Ya no había nada que evite el milagro de vivir.
Y llegó. Fueron dos kilos cuatrocientos gramos de belleza, entre llantos de felicidad, entre abrazos a diestra y siniestra, entre risas que seguirán retumbando en la eternidad de esa sala.
No recuerdo su nombre y, al fin, no es lo que interesa. Sino, lo que no puedo obviar son: sus manitos frágiles en busca del pecho materno que encierra los límites de este mundo nuevo y desconocido que sólo transmite inseguridad sino es junto a ella. Ni puedo obviar, que los esquemas machistas siempre perecen frente a la mujer de la vida. Y, queridos amigos, esta niña traía bajo su brazo la gloria de derrumbar nefastos esquemas de tiempo de antaño para equilibrar las partes. Al final, simplemente era la mujer de su vida, portadora de su sangre y de su fe.
Luego llegó su primer pasito. En el mismo patio que la inseguridad había dialogado con la razón un año y medio atrás.
Y después del paso, la palabra. Que no hizo más que traducir al castellano lo que entre ellos dos, hombre cada día más mayor y niña plena en desarrollo, se decían con la mirada pura y cómplice.
El verde siempre fue el color que por naturaleza gobernó el paisaje de ese pueblo sin maldad. Ella corría libre por los prados y él la contemplaba con el alma desnuda al amor, ella jugaba sin comprender que el mañana tiene algo denominado “tiempos”, y que los tiempos, por confluencia de esas cosas que no se pueden explicar, muchas veces apremian y joden. Pero no se puede escapar a los tiempos. Alguien los puso ahí y con ellos hay que aprender a convivir. Tiempo de jugar a cabalgar como su héroe lo hacía, tiempo de aprender a leer y a escribir, a sacar cuentas con los dedos como herramienta fundamental, tiempo de escondidas y de picas, tiempo de leche y chocolate, tiempo de ser quienes queramos ser en nuestra imaginación, tiempo de disfrutar del milagro de vivir sin más responsabilidades que ser inconscientemente feliz, tiempo de estar.
El calendario fue cortando hojas a la par del otoño, y con ellos, las responsabilidades fueron cambiando, la gente creciendo, las despedidas doliendo, los enojos palideciendo los amores que nadie querían que te lleguen se fueron acercando. Pero tiempo de ser señorita llegó y fue un secreto que no le contaste jamás de los jamases.
No aceptaba que la historia se repitiera, que ese angelito que dios le regaló para ser feliz se fuera volando a los besos de otro hombre, quién sabe con qué intenciones. Es verdad, quienes nos celan en silencio son quienes más nos demuestran que nos aman.
Y no puedo hablar de la cara monstruosa que se reflejó en el espejo en el momento que se enteró que partías de viaje sola, sin la familia, con amigos. El grito en el cielo espantó a la manada de pájaros que levantan nido sobre el fresno de la casa lindera. Sonrojado de vergüenza admitió que no quería perderte. Pero el tiempo dictó sentencia y partiste. Él, por cuestiones de vivir y de salud, ya no podía encender su vieja pipa.
Ya estabas realizada en mujer, con sueños y esperanzas puestas en un futuro personal que no era egoísta, sino que intentaba llenar con la luz de tu felicidad los prados del pueblo humilde que la familia te regaló para verte y disfrutarte crecer y formarte.
Entonces cabalgaron, tú sobre el corcel de acero que te lleva a la jungla de asfalto y él salvajemente cabalgó su ultima hazana por los extensos terrenos de la felicidad de su pago. Ciento veintiséis kilómetros que la vieja Esmeralda separa de la aparente cercana Suipacha. Pero, repito, que no hay distancias que separen dos corazones.
Suena el celular mientras regresas al departamento de la fábrica de futuro en libros y microscopios que te enseñan a dar a luz. Desesperada corres a tomar el tren al interior. No hay más información que un: te necesitamos hoy acá. Las ideas giran y giran, las lágrimas se vuelven una parte más de tu rostro. El corazón galopa con la furia de la desesperación. Galopa como él, como tú. Sube a la garganta y suplica salir en forma de grito. Sientes que el viejo vagón no es lugar para blasfemar contra dios y la vida, y partes a respirar el fresco aire del estribo abierto de par en par frente a la noche azul que brilla sobre el mar de estrellas.
El cuerpo tiembla, no hace falta decir nada más. Ya sabes qué está sucediendo. Lo sabías desde antes, pero no lo podías asimilar. Estas derrotas duelen, mayormente, de por vida y un poco más también. Piensas en arrojarte al vacío. Carece de sentido el latir de este corazón, se escucha de la voz entrecortada que las lágrimas dejan escuchar de tus labios partidos por el dolor y la furia.
Tomas un cigarro de la cartera, lo llevas a la boca con dificultad. Alguien que siempre está ahí acompañándote lo enciende, la miras y la abrazas, como si no desearas nada más que retroceder el tiempo y volver a empezar. Ella se va, no quiere molestar en tu intimidad. Te sientas nuevamente a mirar el cielo nocturno mientras fumas. El humo viaja hacia atrás a contracorriente del viento y lo envidias por no poder hacer eso con el tiempo. Las cenizas de esa punta de fuego que gira sobre tus dedos nerviosos escalan hacia el cielo azul y profundo de la noche estrellada, toman de la mano a aquel lucero que hacía veinte años había nacido. Se aferran fuerte, más fuerte, mucho más fuerte y cruzan la estratosfera. Pasan por un agujero negro hacia un universo paralelo y crean una galaxia nueva en sus nombres, para estar siempre unidos por amor, por amor de verdad. Para enfrentar la muerte de esta tierra y llegar a ser eternos sin necesidad de nada más.
Y ahí, cuando nosotros levantemos la vista y busquemos los por qué de los tiempos de vivir, su dureza y crueldad, veremos el negro oscuro de sus pupilas, allá en lo más profundo de la noche vuelta luz en la oscuridad, es el brillo de un amor inmensamente eterno.
Y sólo sonreiremos…
Sí…
Sonreiremos…
Al fin y al cabo en mi galaxia no hay tiempo, ni espacio, ni muerte, ni enfermedad y de ahí nadie me lo puede quitar.

Mis tardes, la lluvia y tu imagen

Hace dos días que mis tardes son grises,
es que el manto de nubes se quedó a vivir
sobre la Buenos Aires melancólica.

De repente este otoño tiene aroma a invierno
y mis manos ansían tu rostro dormido,
y la caricia que te envuelve por la espalda
que se transforma en reales ganas de ser tu siesta.
Sí, es tan real sentirte mía
que te tengo aquí junto a mi beso
a un costado del mundo cotidiano
a un costado de lo demás que ya no me importa.

Miro al sillón rendido que tiene de etiqueta tu nombre
y veo el deseo que crece y crece,
tal vez pueda ser que me pone nervioso
latir por ti y no tener de tu piel los laureles.

Ay, cuánto más esperaré por vivir
el milagro de verte, feliz y sonriente
apretando fuerte mis manos desnudas
cuando abrazo tu cintura y lo demás nos es indiferente.
Ya nada quiero, más que ser eternamente
la lluvia que recorre lenta y armoniosa
cada milímetro de tu cuerpo, cada nota de tu música.
Eres el borde de un milagro
y una parte de dios en vida.

Eres bella desde el alma hasta el cielo
si por cielo tomamos la infinidad del cosmos
y retornar desde el confín del universo
sólo para ser tu suspiro en el viento.

Pero no un suspiro ocasional
cuando la nada se mezcla en una idea
sino ser el aire que se hace alma
y renace cada tarde cómplice de la dicha
que esconde ser feliz al verte sonreír.

¡Qué más quiero!

Al final, tomo el control y te miro
esperando que ojala algún día cambie mi suerte
con la facilidad que cambio los canales
sólo para volver a verte.

Pero el problema más importante
no es que simplemente cambio y ya no estás.
Sino es: que aunque haga lo haga,
aunque conjure a los más antiguos ancestros
aunque reúna a las estrellas
y elimine tu lunar de mis anhelos;
ya no puedo evitar esto que es imposible e inevitable,
esto de ser tu fiel
y siempre llevar
tu mágica imagen grabada en mis retinas.