domingo, 28 de diciembre de 2008

dia de los santos inocentes, paradoja del destino.

Se me acaba el argumento en esta carta sin final, sin necesidad de brillar. Pero con la obligación de recordar.
Hoy cumple seis años el final de una etapa mortal de esta historia eterna y hermosa, de amor fraternal y perfecto.
Las distancias no me gustan, mis amigos lo saben, y esta distancia es de luz y sombras, es de cielo y tierra. Ella no esta mas, no volverá a mi lado, ya se sabe cuanto la amo, cuanto más al pasar los días la sigo amando.
¿Para que describir sus logros, sus manos, sus ojos tiernos que entre lagrimas me miraban al dormirme?
¿Para que seguir insistiendo con su regreso permanente?
Debo recurrir a la resignación de perder, como nunca antes, una derrota injustificable.
Maldita enfermedad que me robó el ángel inmenso que dios me regaló…
Cómo no creer en dios y en los milagros si ella estuvo en mi y yo en ella, y me regaló esta vida, mi vida (hasta ese día perfecta), me enseñó a caminar, a ser fuerte, a no romperme, a doblarme y ser flexible ante la adversidad, a reconocer y mejorar mis defectos y virtudes. A valorar al amor sobre todas las cosas, a creer en mí haciéndome artífice de mi propio destino.
Me mostró el mar y el cielo, la calle despiadada y la bondad. Me regalo en sus manos el honor de ser suyo, de ser su sangre. Me educó con las puertas abiertas para que vuele cuando lo necesite, me enseñó que vivir es mas que pasar los días en este mundo, que no solo la felicidad la construye uno solo sino entre todos y cada uno de los que nos rodea (los que queremos y los que no queremos) que dios esta ahí para apoyarnos pero somos nosotros quienes elegimos, que el plan esta bajo nuestro mando y que uno mas uno es mas que dos.
Más de una vez me brindo su andamio para construir un Eduardo pleno y completo. Me cumplió todas y cada una de sus promesas: la última la extendió cuatro días más y se fue. Agonizando, escuchando el “te amo” mas sincero de mi vida, viendo que sus amores todavía la aman, sintiendo que su misión estaba cumplida.
Hoy, veintiocho de diciembre del dos mil ocho, pasaron varios años desde su despedida, muchas experiencias ricas en contenido, amores y pasiones, soles dorados y lunas plateadas, tormentas y huracanes sin clamor, canciones eternas, sueños utópicos, logros y derrotas. Muchas cosas pasaron y pasaran por el resto de mi etapa mortal. Y vendrá el momento en que la muerte gris se apropie solamente de mi cuerpo. Porque lamentablemente para ella, muerte absurda y sin sentido, no habrá alma para robarme. Por qué, preguntaran. Porque mi alma no vive conmigo, se eleva a su cielo para decirle que todavía estoy acá dando los mejor que tengo para que el día que llegue a su lado no sea en vano el transcurrir de mis días terrenales.
También debo recordar a quienes sostuvieron mi cuerpo cuando se desplomaba para morir sobre la tumba: Ariel, Nicolás, Jose, Belén y Nahir, Mayra, Elsa, Maria Rosa, Paola, Carolina, Daiana, Maria, Raúl y Elsa… las distancias no me gustan (las odio) muchos de ellos ya no comparten este camino conmigo. Pero si algún día leen esto sepan que mi corazón todavía reclama un instante de sus brazos, en aquellos días fuertes como ramas y suaves como niños evitando el llanto. Se que hay muchos que no nombro aquí pero sigo agradecido de por vida.


Día de los santos inocentes, paradoja del destino.

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