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“No
me abandones”, le dije al oído. Mi cultura era así: amor, aunque todo estuviera
perdido. De su boca brotó una pequeñísima luz, casi invisible y cerró los ojos.
Creo que fui el único que la pudo observar remontando cielos. Admito que al
principio sentí miedo, mucho miedo. Pero mi sangre paralizada no me dejó mover
aunque hubiese dado todo por tomarla en mis manos. Dos segundos después escuché
que mi corazón volvió a latir con un golpe brutal y seco. Ahora me doy cuenta
que nunca más pudo funcionar como corresponde. Por eso, cuando me paro frente al
abismo de una nueva despedida, abro los brazos en cruz, respiro profundo, seco
estas cuatro lágrimas que nombran algo
que no entiendo, me despido de La cultura del amor, agradecido por todo y sigo
con paso firme hacia el futuro. (Aunque quién sabe, tal vez más adelante me
vuelta a encontrar conmigo y me diga: todavía… todavía… te falta mucho pibe,
dale una vuelta más. Pero eso, todavía no lo sé)
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